Ser escritor y no acabar loco en el intento
lunes, 30 de octubre de 2023
El abrecartas
lunes, 18 de octubre de 2021
7
mujeres indolentes;
Todos pecadores.
Hornacinas y círculos.
Varón de dolores.
El juicio, la gloria,
la muerte, el infierno,
el búho omnipresente,
verdugo visual...
Penitente.
¡Rueda, rueda... Ruleta irisada!
La burla, el descaro,
la avaricia, la gula,
la pereza y la desgana,
la envidia y el orgullo;
variables dispersas
en subgrupos infinitos.
Rueda truncada.
Imágenes impactantes
de espadas y lamentos,
iras y sarmientos
de forma extraña, dispuestos.
Bienvenida la lujuria
de juglares y bufones
en banquete de glotones.
Juicios y sobornos,eclesiásticos perezosos,
campesinos borrachos
y señores feudales, envidiosos.
Espejo y demonio,
en el interminable infierno,
de fuego, de carbón
y de savia carmesí,
de todos, el más tenebroso
en la mente de El Bosco.
Amantes acechantes
arpas abandonadas a su suerte
puntas afiladas, desenvainadas;
Bastones y taburetes por el suelo.
¿En el suelo?
—En el suelo.
Sombrero colgantePersonajes deformes
animales irreales
en la cabeza del maestro.
En el final de los días,
todos serán juzgados
por los pecados cometidos,
condenados a castigos
que huelen a sangre...
Exiliados, aislados y divididos
por obra divina,
de la magia cósmica,
el pincel y el artista.
Mujeres y hombres
inmersos en un terrible juego
tan ancestral como el miedo,
en el que participan sin saberlo.
La gloria espera a los salvados
por sus buenas acciones, auspiciados
y en ocasiones, tentados
por los incesantes demonios de la cotidianidad.
Cristo redentor
de pecados, limpiador;
de todo, observador.
Ojo de Dios
pupila divina
el pintor con su pericia
conduce a los personajes
a su correspondiente postrimería.
miércoles, 19 de mayo de 2021
THANATOS
Es la hora. Limpia tu hogar y ordena la cabeza, quizás hoy te reúnas con alguien muy especial al que añoras tanto.
El barco de la botella ha zarpado, puedo ver agua dentro de él.
Esta vez no será un simulacro de piernas ensangrentadas, ni de pastillas en el estómago, tampoco estarás en el coche. No será necesario luchar por tu insomnio y la pérdida. Es el momento de liberarse.
Sella la cocina con lo que encuentres: cintas, paños y toallas.
Aún son las cuatro de la madrugada...no te queda demasiado tiempo... Un beso a Nicholas y un suave abrazo a Frieda. Aún percibes el frío de la noche que cala la medula espinal y las sinapsis.
Tapa a los niños con gruesas mantas. Sabes que no es suficiente, que nunca fuiste suficiente. Enciende el gas y pon tu cabeza en el horno. Deja un bonito cadáver.
¿No es hermoso?
El búho ya no apretará más tu corazón, y la bisectriz del estómago desaparece. No has gritado. Te alejas suave y sin ruido. Se terminan las expectativas, das por finiquitadas las ansias de admiración propia y ajena, fulminas con tu ausencia tu incompatibilidad con el mundo.
Aún tu alma revolotea por la cocina, mientras la enfermera no da crédito a lo que observa. Ted se arrepiente, se lleva las manos a la cabeza en una décima infinitesimal de segundo.
¿Puedes ver a los niños a salvo?
El espectro, la presencia de la muerte nunca fue tan anhelada.
¿Puedes tocarla?
La cabeza, el horno, la víctima y el verdugo, todos arremolinados. El fénix no emergió de sus cenizas y tus controladores dejarán de molestarte. Desaparecen los campos de exterminio de tu mente. Sabes que no hay marcha atrás ante tu irrevocable decisión. Tienes lo que siempre quisiste: la paz, el silencio, la lejanía de lo terrenal que se había desbordado en un constante flujo de idas y venidas sin rumbo fijo.
El péndulo de la muerte permanece en tu ser, trascendental te alejaste de lo que te rodeó para no volver jamás.
Siempre viva en tus palabras. La rosa marchita mientras su corazón latía.
El cuervo sabe que ya no puede apaciguar tu ropa sobre tu cuerpo de hielo y mármol. Llegas al abismo, tu hogar, mientras dejas atrás tus mejillas cinceladas de basalto.
Y los ángeles no llorarán por ti.
Porque eres árbol, eres flor, eres piedra, nube y nieve. Todo junto.
Tu ojo cuadrangular de diosecilla vio el amor en los demás y el propio, con la extrañeza de quién no pertenece a este mundo, con la flaqueza de una amapola que nunca se agitó por la brisa.
Sin lágrimas, ni azucenas, nos abandonas. La muerte fue placentera para ti, ante la luna de la madrugada.
La enfermera no tendrá que cuidarte, ni escucharás el quejido mudo de los niños, agazapados por el hielo de la sombría realidad.
¿Puedes escucharme?
No existe error o acierto, ni esperanzas en tu ataúd, ni plumas de pavos reales.
Regresas a tu esplendor con tus hojas y tu savia, con tus raíces y frutos. Vuelves a la tierra pero una fuerza descomunal te aleja de ella.
Con todos tus miembros te marchas tal como llegaste, sin equipaje. Ahora los ángeles se ríen de nosotras, oigo sus irónicas carcajadas... quizás se estén riendo de mí. Saben que no puedo verlos. Lo que si vi es que ellos torcieron el cuello para admirarte, recompuesta y en otra esfera del mundo que muy pocos comprenden.
El horno fue tu salvoconducto, las estrellas, la luz que atravesó tus huesos hasta llegar al tuétano y el agujero negro del espacio absorbió lo poco que quedaba de tu ser material.
Acabas de caer en la cuenta de que no puedes verle. El barco se ha secado, se aleja por el espacio y se hunde en medio del vacío hasta desaparecer de mi vista de pájaro interestelar. La muerte, como la vida, es un sueño, un espejismo.
Palabras de ensordecedora verdad te hicieron compañía en aquella parte equidistante y solitaria del universo.
Porque ya no eres vertical, tampoco horizontal. Eres inmortal.
Eterna, Lady Lazarus.
martes, 18 de mayo de 2021
Firma
El próximo viernes, 21 de mayo a partir de las 17.30 h hasta las 19.30h estaré firmando ejemplares de mis últimas obras, en la Feria del Libro de Vallecas.
Me encantaría que estuvierais allí (pretérito imperfecto).
Tenía que ser imperfecto... tan imperfecto como yo.
Un fuerte abrazo, mis queridos lectores.
Os quiero.
sábado, 29 de febrero de 2020
Ventana al pasado

domingo, 14 de julio de 2019
¡Zanahoria! (Carrot!)
Llega el verano de manera repentina y como consecuencia, se marchará inexorable de la misma forma. Lo percibo en los amaneceres, en los atardeceres que, silenciosos, vaticinan la futura estación y en un ¡Zas!, estamos programando inconscientes la caída de un otoño entremezclado con el invierno.
El tiempo parece que se me echa encima. Los días se me antojan más cortos y la vida transcurre más deprisa.
De nuevo, me retraso en mis entradas. He tenido mucho trajín hasta la fecha y aprovechando la soledad y cierta lucidez mental, me pongo a escribir unas cuantas letras en torno a una de mis obras favoritas, de la cual mi imaginación se ha alimentado e inspirado desde el mismo día que comencé a ver la serie.
Invierno de 1988
Afuera hace frío, el característico frío seco del sur de Madrid. Mis hermanos trastean por las habitaciones, en casa. Mi madre se dispone a recoger la mesa y mi padre, se marcha a trabajar, sin antes decirme dirigiendo su vista a la tele:
Al escucharle, hago ademán de no cambiar de canal.
Después, él mira hacia los lados y se despide con un "hasta luego".
Cierra la puerta sin hacer apenas ruido.
Mi madre se queda en el sillón. Aborta la misión de recoger los platos y los restos de comida y pan desordenados sobre la mesa al ver por televisión la introducción de la serie Ana de las Tejas Verdes.
De repente llega mi hermana, que, muy apegada a mi madre desde el mismo día que nació, se sienta junto a ella.
Quietas, escuchamos el evocador comienzo en el pequeño y abarrotado salón.
A través de la pantalla, vemos una adolescente de cabellos anaranjados. Camina por el bosque, un bosque de...
Mi cabeza me lleva a otra parte.
Alejados del mediodía.
Soy consciente de que tengo tarea retrasada de sociales. Son las vacaciones de Navidad. Ese mismo año nos habíamos mudado.
No tengo amigos.
Las tres seguimos escuchando sin apartar nuestra mirada de la tele. Yo, más consciente después del lapsus mental causado por las preocupaciones cotidianas de una niña de diez años.
En la pantalla, la adolescente que camina por un bosque de olmos y lo que parecen abedules canadienses, está recitando un fragmento de un bonito poema de Tennyson, La Dama de Shalott.
Aún hoy, en mi cabeza resuena: el desgarrado llanto de las flores.
Como si las flores estuvieran situadas en un túmulo...
La muchacha pelirroja recorre sin perder de vista el texto verdes planicies, un aserradero, y bosques oscuros hasta que llega a la casa de la Señora Hammond que tiene tantos hijos como para hacer un equipo de fútbol y tras un serio rifirrafe porque ha llegado tarde, causado en parte, por los argumentos inteligentes de la joven (Ana, en adelante) y porque también, la señora Hammond la percibe tan abstraída de la realidad, que quema el libro de Ana; el único amigo que la había acompañado a lo largo de su discreto recorrido.
Un comienzo con atisbos quijotescos.
Lucy Maud Montgomery autora de Ana de las tejas verdes y de sus secuelas, fue una escritora canadiense que vivió a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX.
En varias ocasiones me he imaginado a la autora y a Kevin Sullivan leyendo a Don Quijote en diferentes momentos temporales.
Mark Twain dijo de Ana lo siguiente: la más querida y encantadora niña de ficción desde la inmortal Alicia.
No comparto del todo esta frase, puestos a comparar, es más interesante Ana, el personaje terrenal de imaginación desbordante que el de la universal y quimérica Alicia.
Para gustos, los colores.
Volvamos a la serie.
Sigo en el año 88, en el salón; Mi hermana se va con mi madre y mientras tanto, sigo atenta a la serie.
Después de aquella discusión con la Señora Hammond, viene la fatalidad, y con la fatalidad, se abre un camino de posibilidades y no exento de dificultades e inseguridades para la protagonista.
Ana es una huérfana preadolescente, adoptada por Marilla y Mathiew Cuthbert, dos hermanos solterones que han sobrepasado los cincuenta y necesitan un chico para los quehaceres de una granja, situada en la bonita localidad de Avonlea, en la Isla Príncipe Eduardo, próxima a Canadá.
Quiénes hayáis visto la serie o leído el libro, el resto es historia y no seré yo quién la vaya a destripar ahora 😅.
Ahora vamos al grano, al punto de inflexión, el más importante de la novela: cuando Ana golpea con la pizarra a Gilbert y todo porque él se siente ignorado por la chica nueva de la escuela.
Ana con un complejo de tres pares de narices dado por el color rojo de su cabello...Un complejo que le ha ocasionado más de un quebradero de cabeza. Después de un tirón de cabello y de escuchar reiteradamente la palabra "zanahoria" por parte del chico popular, ella estampa la pizarra de sobremesa en la bella faz del Sr. Blythe.
Y es entonces cuando Gilbert se da cuenta que ella no es como las demás, y Ana, sobrelleva un rencor difícil de contener y que la acompaña gran parte de la trama. Un orgullo permanente que me recuerda vagamente a Elisabeth Bennet.
Obnubilada tras terminar de ver la serie. Años más tarde, mi madre compra la colección completa de libros de Ana de las Tejas Verdes editada por Círculo de Lectores. En aquel verano, uno de los tempranos noventa, los libros son mis amigos. Al finalizar la lectura, puedo confirmar que la serie es una adaptación, más comercial y un tanto caprichosa del productor.
En esta entrada, me he centrado en la Mini -Serie de 1985, ya que me parece que tiene más encanto y fue la primera que vi. La actual, es una versión más simbólica, para la chavalería de ahora no es cursi, son personajes poco idealizados... Pero puestos a elegir, me quedo con la protagonizada por Megan Follows y Jonathan Crombie.
Me voy a centrar en Jonathan Crombie.
¿Por qué? Os preguntaréis. Porque le amé hace un tiempo.
Soy humana y amo muchos personajes, pero a Jonathan le amé hace unos años. Amé a la persona y al personaje.
Se supone que no se deben mezclar, pero los lectores y espectadores los mezclamos de manera irracional e inconsciente.
Pues es lo que pasa con este Gilbert, ha trascendido más allá de mi imaginación.
En ocasiones dispongo de una memoria externa, la cual me ayuda a categorizar los protagonistas y me saca del caos mental. En ella albergo personajes propios y ajenos.
Por ejemplo, mi mente visualiza juntos a Eyre y Rochester, a Fermín de Pas y Álvaro Mesía, a Pedro y Leopoldina...
Gilbert está un poco alejado de David Copperfield y cercano a Laurie (el de Louise Marie Alcott).
Jonathan Crombie fue un destacado actor canadiense. Tras la serie, se centró en el teatro y en la comedia.
Y le amé, pero en el momento menos oportuno.
No le amé cuando su personaje rescató a Ana del puente, tampoco cuando le declaró su amor. No le amé en las breves conversaciones. No amé su furtiva e intensa mirada oscura que se escabullía en la sombra de la duda. Tampoco le amé cuando enfermó gravemente.

Le empecé a amar desde el día que me enteré que el actor falleció. Hace unos tres años.
Ahora, vuelvo a ver la serie con otros ojos... Ojos de madre, de esposa, de la mujer imperfecta que ya no es una chiquilla y que aún recuerda a la niña y a la adolescente que vio y leyó por primera vez Ana de las Tejas Verdes.
Veo al actor y al personaje, ambos vivos entre imágenes y palabras que perduran en este mundo tan material. La tecnología juega a mi favor, es como si Jonathan se escapara de otra dimensión y una máquina del tiempo nos trasladara a aquella época, sabiendo que aquellos momentos nunca volverán.
El cine y la televisión se han alimentado. La literatura ha sido y sigue siendo la diosa madre del cine.
Y viceversa.
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Los libros, amigos inseparables |
Perdura la verdadera riqueza, lo que está en nosotros, en nuestras ideas realizadas y que son expuestas para compartir y mostrar que siempre fuimos eternos sin pretenderlo. Lo material se escapa delante de nuestros ojos, diluyéndose como la efímera e irrepetible espuma de las olas.
Pero en un mundo tan superficial, dominado por la tontería humana... Es difícil verlo.
Desde aquí, os recomiendo para el verano la lectura de Ana de la Tejas Verdes y sus secuelas. Es una obra maravillosa. Los lectores y escritores aprenderán y disfrutarán de la lectura.
Y a ti, mi valiente, incansable lector/a, te deseo un magnífico verano.