domingo, 6 de agosto de 2017

Entre la valentía y el ridículo

Hace tiempo leí un comentario  del escritor Víctor del Árbol, condecorado recientemente caballero de la Orden de las Artes y de las Letras por la República de Francia, autor de las novelas La víspera de casi todo (Premio Nadal 2016), Un millón de gotas y La tristeza del Samurai, de entre otras. En su comentario decía  que los autores debemos ser valientes a la hora de abordar la temática de la futura obra. Por mi parte, nunca he titubeado hasta la fecha, ya que intento escribir de todo, un poco, porque considero que es de la única manera que se puede lograr una visión global y fidedigna del mundo de las letras.
Sin embargo, en estos momentos he reconsiderado este aspecto. La valentía puede ser osadía, y la innovación nos puede llevar al ridículo, dependiendo de quien nos mire o de cómo nos hayamos levantado, si con el pie izquierdo, o con el derecho, si con ganas de escribir romántica o histórica, si nuestro pensamiento tiende a la cordura o nos dejamos llevar por la locura de los personajes, porque, en mi caso, son "ellos" los que me dominan  y que, dependiendo de su lucidez mental:  hagan el ridículo o actúen en consecuencia.
He de confesar que en ocasiones, me pregunto qué fue lo que me llevó a escribir esto o aquello... Una vez que leo parte de mis  historias, mis sentimientos chocan; por un lado, siento orgullo, por la autenticidad de mi YO, ya que no me molesto en edulcorar en exceso las historias, pero también, por otro , me pregunto  ¿Cómo pude escribir aquello? La voz racional responde:
Sinceramente querida: son tus personajes, tú no tienes nada que ver con ellos, como escritora eres un mero instrumento, el canal entre el personaje y el lector, y punto. No puedes sentir responsabilidad de lo que escribes porque son "ellos", el protagonista es quien maneja su vida y el lector es quien la interpreta.

Una vez, hablé por messenger con una amiga, ella me había indicado que estaba escribiendo una novela, la pregunté si era erótica, me contestó: 
-¿Yo? ¿Erótica? ¡Qué corte tía... si lo leyeran mis padres o mis hijos!
A priori, aquel comentario, carecía de importancia, pero a medida que transcurren los años, y que una se va haciendo más mayor y más consciente... me doy cuenta, que los autores somos responsables y esclavos de lo que escribimos; Como decía Sigmund Freud: Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.
Viniendo al caso, meses atrás, en mi primer Poetry Gran Slam,  me estrené con un poema bastante emotivo. Al terminar el recital, un espectador  se acercó a darme la enhorabuena, me dijo que había sido  valiente, y que de alguna manera me había desnudado. 
Aunque todo fuera en sentido literario, por un momento pensé que era cierto, ¡que me había desnudado ante el público sin darme cuenta! Mi entusiasmo por aprender y estrenarme  como escritora de poesía (no poeta) se habia transformado en un desasosiego que aún perdura en mi memoria.
Es lo que me sucedió con este microrrelato, hace poco más de un año lo envié a la Editorial Art Gerust. Fue seleccionado para su publicación. Al leerlo tras saber que iba a ser publicado, pensé... que no estaba en mis cabales cuando lo escribí.





Título: ¡No salgas, quédate en casa!
Antología: Sin Aliento.
Género: Erótico.
Editorial: Art Gerust.

Mi pequeña voz me advertía “¡no salgas, quédate en casa esta noche!”. El sonido del viento embestía los muros de la casa. Con sigilo para no despertar a nadie, salí al encuentro de aquella criatura. El viento mecía vigoroso mis cabellos… Sí, allí estaba él,  mirándome voraz, con el deseo supremo de hacerme suya… Sus manos desgarraron con ferocidad mis ropajes. Completamente desnuda, sucumbí a la necesidad ancestral e imperiosa que me asaltaba todas las noches. Su lengua jugó con mi sexo reiteradamente. Sin poder contenerme llegué al culmen antes de lo previsto, después cogió mi cabeza y la situó de la manera más apropiada para hacer lo debido. Mi lengua recorría juguetona su miembro duro y erecto, y allí, en la oscuridad, insaciable, aquel ser corpulento, me penetraba una y otra vez, mientras nuestras lenguas se unían al baile del placer.
En medio del bosque, ante el aquelarre estelar, claudiqué, rindiéndome a todo tipo de experiencias sexuales.




Alguien me dijo que el cementerio está lleno de valientes.
Alguién me dijo que quién no arriesga, no gana.

¡Felices vacaciones, mis valientes!